martes, 4 de marzo de 2008

Catedral


Hola gent,

Os paso el enlace de Catedral, de Raymond Carver, y algun wiki-comentario sobre el movimiento al que pertenece, el "realismo sucio":

Con realismo sucio («Dirty realism») se designa un movimiento literario estadounidense surgido en los años 1970-80 que, en términos generales, pretende reducir la narración (especialmente el relato corto) a sus elementos fundamentales.

Se trata de una derivación del minimalismo que tiene características propias. Al igual que aquél, el realismo sucio se caracteriza por su tendencia a la sobriedad, la precisión y una parquedad extrema en el uso de las palabras en todo lo que se refiera a descripción. Los objetos, los personajes, las situaciones deben hallarse caracterizados de la manera más concisa y superficial posible. El uso del adverbio y la adjetivación se reducen al máximo, dado que estos autores prefieren que sea el contexto el que sugiera el sentido profundo de la obra.

En cuanto a los personajes típicos, siempre tienden a retratarse seres vulgares y corrientes que llevan vidas convencionales, en la línea de uno de los grandes referentes del movimiento, el cuentista O. Henry. Otra influencia importante en la corriente es la del narrador norteamericano J. D. Salinger.

Son representantes destacados del realismo sucio los narradores estadounidenses Charles Bukowski (1920-1994), Raymond Carver (1938-1988), Richard Ford (1944) y Tobias Wolff (1945), y asimismo se suele adscribir a ella al cubano Pedro Juan Gutiérrez (1950).

domingo, 6 de enero de 2008

Por debajo de la superficie


1. El David de Miguel Ángel

Dice la leyenda que cuando le preguntaron a Miguel Ángel cómo había llegado a crear algo tan hermoso como el David, él respondió humildemente que sólo había tomado un trozo de mármol y había quitado lo que sobraba. Esta metáfora bien se podría aplicar a lo que nos sucede a veces a la hora de escribir. En muchas ocasiones tenemos parte o la totalidad de una historia en la cabeza. Al llevarla al papel, sin embargo, debemos hacer de esta historia literatura. Esta “traducción” puede implicar muchas veces la ocultación selectiva, cuidada y capciosa de aquello que sobra. La pregunta obligada es, claro, ¿cómo sabemos qué es lo que sobra? No sé si Miguel Ángel hubiera podido contestar esto con palabras, pero vamos a intentar hacerlo para el caso de la transformación de una historia en una obra de ficción.

2. Las voces narrativas: la primera persona

Habíamos repasado al inicio del taller las diferentes voces narrativas, y habíamos señalado que podía ser una primera, una segunda, o una tercera persona la que ejerciera la función de narrar el relato.

Para ver el funcionamiento de las voces narrativas analizamos el cuento “Torito”, de Julio Cortázar, escrito en primera persona. En este caso, el narrador, el boxeador Suárez, el Torito de Mataderos, relata sus desdichas desde la cama de un hospital –probablemente en sus últimos meses de vida–, ante un hipotético interlocutor. Como observamos, la narración está cargada de observaciones subjetivas que corresponden al punto de vista del personaje. A lo largo del texto aparecen sus miedos, sus alegrías, sus recuerdos, al ritmo de su corriente de conciencia.

3. Las voces narrativas: la tercera persona

También habíamos dicho que, en el otro extremo de las voces narrativas, estaba la narración en tercera persona. Dice Janet Burroway en su artículo “Punto de vista” que la tercera persona desde la cual el narrador cuenta el relato se puede subdividir según el grado de conocimiento u omnisciencia que asume el narrador. Esta asunción, resalta ella, la realiza el autor al comenzar a escribir la historia: se puede decidir construir un narrador que conoce la verdad plena y eterna; o bien éste puede saber qué hay en la mente de uno de los personajes pero no qué piensa el otro; o puede saber únicamente lo que se ve desde fuera. Al comienzo del cuento el autor deberá indicar al lector qué grado de omnisciencia ha elegido, y establecerá un contrato con el lector que deberá procurar no romper, si desea cautivar la atención y mantener la verosimilitud.

4. El narrador omnisciente

En un extremo de la tercera persona, entonces, está el narrador omnisciente, que es aquel que tiene un conocimiento total de todo. Según Burroway, las atribuciones de este narrador son:

1) Informar objetivamente lo que está pasando.
2) Meterse dentro de la mente de los personajes.
3) Interpretar por los lectores la apariencia de los personajes, lo que dicen, sus actos o sus ideas, aun si los propios personajes no pueden hacerlo.
4) Moverse libremente en el tiempo y en el espacio para brindarnos vistas panorámicas, telescópicas, microscópicas o históricas; puede decirnos lo que sucede en cualquier parte, lo que sucedió en el pasado, o lo que sucederá en el futuro.
5) Hacer reflexiones generales, juicios, proporcionar verdades.

Burroway propone el siguiente párrafo que muestra los cinco campos de conocimiento señalados:

(1) Juan le dio una feroz mirada al bebé que lloraba. (2) Asustado por el gesto el bebé tragó saliva, y lloró más fuerte aun. Odio esto, pensó Juan; (3) pero lo que sentía no era odio. (4) Hace solo dos años él había llorado de esa manera. (5) Los chicos no saben diferenciar entre el odio y el miedo.

5. Las diferentes corrientes narrativas a lo largo de la historia

La narración omnisciente es la narración clásica, presente en la gran mayoría de relatos, desde la Biblia hasta Madame Bovary, pasando por El Quijote. La llegada del modernismo a finales del siglo XIX planteó una nueva tendencia: el pasaje de la omnisciencia total al conocimiento de solo algunos campos. El narrador pasó a ser un narrador omnisciente pero limitado. Se desarrolló, por ejemplo, la técnica de la corriente de conciencia, que consistió en la descripción de los pensamientos de los protagonistas, algo que la literatura no había abordado hasta entonces (J. Joyce, V. Woolf, K. Mansfield, entre otros). Este narrador limitado puede conocer el pensamiento y los actos de los personajes en escena, pero a los demás personajes conocerlos solo exteriormente. Sería concentrarse solo en los atributos 1 y 2 de Burroway. En palabras de la autora, “puede ver microscópicamente todo, pero no presumir de dueño de la verdad eterna”.

6. El narrador objetivo

Una versión incluso más limitada de narrador, un narrador con un único atributo –la de informar objetivamente de lo que está pasando–, fue desarrollada por Ernest Hemingway a principios del siglo XX. Un buen ejemplo lo constituye su relato “Colinas como elefantes blancos” (recomendamos su lectura).

Uno de los hallazgos del cuento es el narrador. Una pareja espera la llegada de un tren en una estación. La descripción de las acciones y los diálogos nos muestran la historia visible y, a la vez, nos dan pautas para poder colegir lo que no se ve. Esta manera de narrar exige, como en Miguel Ángel, una gran destreza para quitar lo que sobra, que se traduce, en nuestro caso, en ocultar lo que no es necesario decir.

Para Janet Burroway, este narrador objetivo “guía al lector al descubrimiento de lo que realmente ha pasado. Los personajes evitan el tema, buscan evasivas, disimulan, pero sus verdaderas intenciones y sus pensamientos son traicionados pos sus gestos, sus reiteraciones y los deslices de su lenguaje. El lector, guiado por el autor, saca sus conclusiones, como en la vida cotidiana; así es como tenemos la satisfacción de conocer a los personajes incluso más de lo que ellos mismos se conocen”.

7. El principio del iceberg

Ahora bien, ¿por qué Hemingway elige esta voz, sobria, recortada, externa? La respuesta a este interrogante podemos encontrarla, en parte, en una entrevista realizada por George Plimton, publicada en la revista The Paris Review en 1958.

Hemingway sostuvo: “Si un escritor deja de observar está terminado. Pero no debe observar conscientemente ni pensar de qué modo algo le será útil. Tal vez al principio eso sea cierto. Pero más tarde todo lo que ve se integra a la gran reserva de cosas que sabe o que ha visto. Si de algo sirve saberlo, siempre trato de escribir de acuerdo con el principio del iceberg. Hay nueve décimos bajo el agua por cada parte que se ve de él. Uno puede eliminar cualquier cosa que sepa, y eso sólo fortalecerá el iceberg. Si un escritor omite algo porque no lo sabe, habrá un agujero en su relato. El viejo y el mar podría haber tenido más de mil páginas, y dar cuenta de cada personaje de la aldea y del proceso de cómo vivían, cómo habían nacido, cómo se habían educado, tenido hijos, etcétera. Otros escritores hacen eso de manera excelente. Al escribir, uno está limitado por lo que ya se ha hecho de manera satisfactoria. Así que he tratado de aprender a hacer otra cosa. Primero traté de eliminar todo lo innecesario para transmitir experiencia al lector, para que después de haber leído algo, lo leído se convirtiera en parte de su propia experiencia, y le pareciera que realmente había ocurrido. Es algo muy difícil de hacer, y trabajé muy duramente para lograrlo.”

8. La mejor forma

En resumen, un texto de ficción puede ser escrito en primera, en segunda o tercera persona. La tercera persona, en particular, puede ser analizada como un continuo, afectado por el que el grado de omnisciencia adoptado (los cinco atributos mencionados más arriba). En un extremo está la omnisciencia total; en el otro, la narración objetiva. Entre ambos, las posibilidades de la omnisciencia limitada son múltiples.

Es preciso hacer un matiz: no todo consiste en quitar. Ésta es tan solo una de las formas. A veces, por el contrario, nuestra tarea consistirá en poner. Lo que debemos tener en cuenta es que se nos ocurrirán diferentes historias, y el arte consistirá en encontrar la mejor –Truman Capote hablaba de una única– manera de contar cada una.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

Borges: el tiempo, el espacio y la palabra

La intención es analizar dos cuentos de Jorge Luis Borges, en este caso “La forma de la espada” y “El Sur”, y ver similitudes y diferencias entre ambos. Borges nació en 1899 y murió en 1986. Los cuentos con los que vamos a trabajar fueron escritos entre 1942 y 1944. Ambos forman parte de Ficciones, quizás uno de los mejores libros de Borges. Una de las poesías preferidas del autor, Límites, dice en sus versos finales: “Creo en el alba oír un atareado / rumor de multitudes que se alejan; / son los que me han querido y olvidado; / espacio y tiempo y Borges ya me dejan”. Vamos a centrar nuestra exposición, entonces, en estos tres grandes temas que aparecen, no sólo en estos cuentos, si no en toda la obra de Borges: el tiempo, el espacio, y la palabra.

El tiempo

A Borges le obsesionaba, entre otros temas, el tiempo, y más que nada el paso del tiempo y cómo el hombre se enfrenta a eso. En una entrevista para la BBC realizada en 1969 señaló:

“Todo lo que yo he escrito se refiere, de algún modo, a esas dos perplejidades que son quizás la misma: la del tiempo y la de la identidad personal, la de la realidad del yo. El tiempo, sobre todo, relacionado al problema de la identidad personal, con lo cual volvemos a la antigua perplejidad del griego sobre el río, aquella famosa sentencia de Heráclito: "Nadie baja dos veces al mismo río". Al principio pensamos que Heráclito habla del río, "nadie baja dos veces al mismo río porque las aguas cambian", y luego, con un principio de terror, sentimos que nadie baja dos veces al mismo río porque nosotros también somos el río, es decir, hay algo perdurable en nosotros y también hay algo cambiante. Y ése es, me parece, el misterio del tiempo y creo que todo lo que yo he escrito se refiere, de algún modo, a esas dos perplejidades que son quizás la misma, la del tiempo y la de la identidad personal, la de la realidad del yo”.

Se puede observar que en los dos relatos Borges muestra cierta manía por determinar años exactos. Es, tal vez, uno de sus artificios preferidos a la hora de darle verosimilitud y carnadura real a sus historias. Las fechas aparecen como un refuerzo de verdad para unos hechos apócrifos: en 1922, el Inglés recibe su oprobiosa cicatriz; Dahlmann sufre el accidente que cambiará su vida “los últimos días de febrero de 1939”.

Vayamos un paso más adelante. En “La forma de la espada”, el relato comienza en el presente –supongamos que fuera 1944–. El narrador nos presenta la historia y luego introduce a un nuevo narrador, el Inglés, quien nos retrotrae a 1922, a esos diez días en que los irlandeses rebeldes de Connaught intentaron liberarse del yugo británico, al momento en que fue hecha la cicatriz que da origen a la historia. La narración viaja en el tiempo: la cicatriz con forma de espada, que está viva y perdura en el presente, es vinculada a un pasado oculto y lejano, que el narrador de la segunda historia, el Inglés, trae a colación a partir de la mención del personaje Borges. El segundo narrador nos devela su dualidad, su parte perdurable y su parte cambiante: es irlandés pero se vendió a los ingleses, era activista político pero acabó siendo un gaucho pasivo, era valiente pero se hizo traidor.

En “El Sur”, el juego con el tiempo es más evidente aún. Ya en las primeras frases se nos revela uno de los conflictos centrales de Juan Dahlmann: su identidad personal, que en este caso él la vincula a sus ancestros. Debe dirimir entre identificarse con un pastor evangélico o con un militar muerto en combate. Y dice el texto: “en la discordia de sus dos linajes, Juan Dahlmann (tal vez a impulso de la sangre germánica) eligió el de ese antepasado romántico, o de muerte romántica”. Este fragmento es clave. Juan Dahlmann padece un accidente que lo deja postrado. Luego es internado en una clínica, y el narrador no deja en claro si es por motivos médicos o psicológicos. En todo caso, el accidente y la lesión cerebral permiten al narrador un artificio del género fantástico: la creación de dos tiempos paralelos sin perder la verosimilitud. Este momento queda explicitado en la siguiente frase:
“Mañana me despertaré en la estancia, pensaba, y era como si a un tiempo fuera dos hombres: el que avanzaba por el día otoñal y por la geografía de la patria, y el otro, encarcelado en un sanatorio y sujeto a metódicas servidumbres”.

Tenemos, entonces, por un lado, un presente que marca el paso del tiempo del paciente en la clínica en donde, presumiblemente, morirá, y, por otro lado, un presente en el que Juan Dahlmann viaja a su estancia en el Sur en donde también, presumiblemente, morirá. Sin embargo, hay un dejo de pasado en este segundo presente. Citaremos sólo algunos rastros:

“El almuerzo (un el caldo servido en boles de metal reluciente, como en los ya remotos veraneos de la niñez) fue otro goce tranquilo y agradecido”.

Y luego:
“La soledad era perfecta y tal vez hostil, y Dahlmann pudo sospechar que viajaba al pasado y no sólo al Sur".
Y más adelante:
"Dahlmann registró con satisfacción la vincha, el poncho de bayeta, el largo chiripá y la bota de potro y se dijo, rememorando inútiles discusiones con gente de los partidos del Norte o con entrerrianos, que gauchos de ésos ya no quedan más que en el Sur".

Es decir que el pasado, o mejor dicho, en este caso, la ensoñación con un pasado idílico en el que la muerte por duelo a puñal a cielo abierto era posible, le permite al protagonista encontrar una vía escapatoria a su muerte ordinaria a causa de un accidente con el marco de una ventana, final más digno de un pastor evangelista que de un militar heroico.

Una última reflexión para concluir este punto: el tiempo es, en las dos historias, el transcurso de las vidas. Y estas vidas parece cobran sentido únicamente en función de hechos en los cuales los personajes pierden o adquieren honor. Retomaremos este tema en la última sección.

El espacio

Veamos cómo es el tratamiento del espacio en las dos historias. En la primera narración de “La forma de la espada”, los hechos tienen lugar en La Colorada, una estancia de Tacuarembó, ciudad uruguaya ubicada en los departamentos del norte del país. No es casual que el autor ubique la historia allí: esa es la zona de los últimos gauchos. Señalaba Borges en una entrevista realizada por Reina Roffé, probablemente a inicios de los años ochenta:

“El tipo del gaucho es un tipo que ha desaparecido. Yo vi gauchos por primera vez en Montevideo, eran troperos que traían hacienda. Actualmente, creo que este tipo se da al sur del Brasil, al norte del Uruguay, en la provincia argentina de Corrientes también. En la provincia de Buenos Aires ya no se da.”

Pero, al mismo tiempo, el autor crea un pasado para el personaje, un pasado que es un tiempo y un lugar a la vez. En este caso, el tema del espacio es esencial, ya que la historia de la segunda narración gira en torno a una conspiración antipatriótica. El Inglés, según la descripción de la primera narración, es en realidad oriundo de Dungarvan, Irlanda. En la segunda narración nos enteramos, además, que el Inglés luchaba en Connaught por la independencia de su pueblo, que era, entre otros aspectos, el reclamo de una nación por un espacio propio.

Ahora bien, así como es capaz de crear grandes espacios imaginarios (tal vez el caso más ejemplar sea Tlön, Uqbar y Orbis Tertius), Borges es además un embelesado constructor de espacios cerrados. La quinta del general Berkeley, en donde se produce la persecución final entre “corredores de pesadilla y hondas escaleras de vértigo”, es descripta como un edificio enorme, desmedrado y opaco, con abundancia de corredores y antecámaras, con un museo y una enorme biblioteca que invaden la planta baja, la cual está a su vez poblada de cimitarras –sables cortos de estilo árabe–, en cuya curvatura “parecía perdurar el viento y la violencia de la batalla”. Este espacio, que parece extraído de las Mil y una noches, es el lugar –tal vez inventado– en el que el Inglés recibe su cicatriz oprobiosa.

En “El Sur”, así como existe una dualidad temporal, existe también una dualidad de espacios. Tenemos, por un lado, un espacio cerrado. Esta vez no parece ser extraído de las Mil y una noches sino más bien de algún cuento de Poe, tal vez “El pozo y el péndulo”.

“En cuanto llegó, lo desvistieron; le raparon la cabeza, lo sujetaron con metales a una camilla, lo iluminaron hasta la ceguera y el vértigo, lo auscultaron y un hombre enmascarado le clavó una aguja en el brazo. Se despertó con náuseas, vendado, en una celda que tenía algo de pozo y, en los días y noches que siguieron a la operación pudo entender que apenas había estado, hasta entonces, en un arrabal del infierno”.

No es de extrañar que el protagonista ansíe o cree, entonces, un espacio menos hostil y más honorable (para su final). Y este espacio es, efectivamente, el Sur. El punto cardinal que, desde el título, aparece con mayúsculas, como asegurando su entidad. Este segundo espacio aparece al principio desdibujado, impreciso: suponemos que es en Buenos Aires, en los límites de la provincia. A medida que avanza el relato el espacio crece, no sólo ya en cuanto a lugar ocupado, sino también en vida. En lo referente al espacio ocupado, se lee “que el Sur empieza del otro lado de (la avenida) Rivadavia”, es decir, en la ciudad misma, y abarca los arrabales porteños y el resto de la provincia que queda por debajo de aquella línea imaginaria que constituye la vía de circulación más importante de la ciudad de Buenos Aires. Por otra parte, al principio del viaje de Dahlmann, el Sur parece ser un mero lienzo sobre el cual reposan las casas suburbanas, la llanura silenciosa, el ocaso y el almacén, y finalmente acaba cobrando vida propia. Leemos: “Desde un rincón, el viejo gaucho extático, en el que Dahlmann vio una cifra del Sur (del Sur que era suyo), le tiró una daga desnuda que vino a caer a sus pies. Era como si el Sur hubiera resuelto que Dahlmann aceptara el duelo”.

Para concluir este apartado, es preciso volver a la apreciación formulada más arriba: en las dos cuentos los espacios son los escenarios en los cuales se desarrollan unos hechos determinantes en las vidas de los protagonistas, que son los hechos mediante los cuales los personajes pierden o adquieren su honor.

La palabra
Hay una palabra que no aparece en ninguna de las dos historias. Su concepto, sin embargo, está latente en ambas. Esta palabra es honor.
En “El Sur” la lucha por el honor está relacionada con la forma de la muerte. Es por eso que el personaje, anclado en su ancestro militar muerto en combate, necesita ir a buscar –literal o figuradamente– una muerte heroica al Sur. Una muerte ordinaria en la cama de una clínica, en las postrimerías de un accidente producido por un descuido, estaría absolutamente carente de heroísmo, y esto haría trizas su visión romántica e idílica de la vida.

En “La forma de la espada” se plantea una leve variación al tema del honor. Dice en un pasaje:

“Me abochornaba ese hombre con miedo, como si yo fuera el cobarde, no Vincent Moon. Lo que hace un hombre es como si lo hicieran todos los hombres. Por eso no es injusto que una desobediencia en un jardín contamine al género humano; por eso no es injusto que la crucifixión de un solo judío baste para salvarlo. Acaso Schopenhauer tiene razón: yo soy los otros, cualquier hombre es todos los hombres, Shakespeare es de algún modo el miserable John Vincent Moon”.

Desde este punto de vista, todos los seres humanos pueden tener rasgos heroicos o miserables. Y ser una persona significa tener ambos componentes a la vez, más allá del grado de presencia de cada uno de ellos. Es decir, en cada persona reside un Dr. Jeckyll y un Mister Hyde, parafraseando la novela de Stevenson. Este párrafo puede ayudar a comprender el artilugio que emplea el Inglés a la hora de contar la historia de su cicatriz: él le cuenta a Borges su historia desde la perspectiva del valiente activista delatado, aunque él es, sin embargo, el traidor cobarde. “Le he narrado la historia de este modo para que usted la oyera hasta el fin”, sentencia el Inglés, conciente de que sólo se escucha la historia contada desde una de las facetas de los seres humanos, el costado positivo, el costado Doctor Jeckyll. La Historia es, en realidad, la historia relatada por los que han vencido. El Inglés, por lo tanto, conciente de este hecho, acude a la creación de un narrador honorífico, valiente, digno de ser escuchado. Y, volviendo a Las mil y una noches, éste es el mismo honor que Scheherzade busca, día a día, creando historias que cautiven la atención de su captor.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Ejercicio 2: escribir sobre un personaje (Adrià)

Cuelgo mi ejercicio. No he seguido las limitaciones que me impuse, así que la letra "a" sale por un tubo. (Tucho, no te calientes la cabeza). Ahí va:

Jelly Roll Morton

La radio crepitaba una melodía contagiosa, el clarinete de Benny Goodman se atrevía con todo. La música del transistor resonaba en la sala penumbrosa y, en un rincón, sentado en su butaca, Jelly Roll Morton escuchaba con amargura los ritmos sincopados. De su cartera sacó un fajo de tarjetas “Jelly Roll Morton, Inventor del Jazz”. El jazz, esa mujer infiel, había abandonado a su arrogante creador y se dejaba acariciar por ilustres ladrones. Morton recordó cuando, de muy jovencito, tocaba el piano en un burdel de Nueva Orleáns, tiempos en los que todo estaba por descubrir, y el jazz era tan sólo una idea, cobijada en su cabeza.

miércoles, 31 de octubre de 2007

Comentarios de Irene

Estoy de acuerdo en vuestros comentarios sobre la genialidad de los dos autores para crear la ambientación, no hace falta poner mucho de parte del lector para entrar en esa sociedad que reflejan los autores. Aunque no creo que la biografía de los autores sea imprescindible para aprehender su obra, ni me parece que estos dos autores usen más sus experiencias biográficas en sus obras que el resto de escritores.

Todo lo que dices sobre los anti-héroes es muy acertado, sólo añadiría una visión existencial en el cuento del nadador. Para mi fue sobrecogedor el cambio de estación, progresivo más inquietante si se supone en una sola jornada; y constituye según mi visión la base de la interpretación existencial: un propósito absurdo con un fin sin-sentido y un final decepcionante, pues no encuentra a Penélope esperándole en la casa llena tras su odisea-periplo acuático.

Y sobre el pez plátano, que supongo vital para ti ya que lo escogiste para nombrar tu bloc: ¿sólo yo veo una interpretación freudiana en esa historia? Se me aparece claramente la imagen de un pie en el agua, quizá con seis dedos, (otra cosa que haría diferente al protagonista de la gente común, ¡y se incomoda cuando la mujer del ascensor le mira los pies! Y le besa la planta del pie a Sybil, y antes le coge del pie! ... veo pies por todo el cuento ahora que lo repaso. El fetichismo de los pies! Y los pies de barro son el punto débil del gigante en la tradición clásica!), pero me sugiere un fuerte sentido sexual.

No sé, quizá es el lector quien pone todo el sentido... y entonces no digo nada bueno de mí con estas impresiones sobre estos cuentos...

viernes, 26 de octubre de 2007

Comentarios de Adrià

Hola chicos, alguien ha visto la peli de el nadador? yo no, pero he encontrado un trailer, esta curioso,parece más edulcorado que en el cuento, y ned merrill se vuelve muuuy galan, no?
http://www.youtube.com/watch?v=yIegoQAayFs

y evidentemente, cuando buscas algo por el youtube, siempre topas con su versión más friki, que no os ahorraré

http://www.youtube.com/watch?v=YjyvMK9_0yk

pues eso, nos vemos en el proximo encuentro de expresión, en el que describiremos un sujeto o individuo conocido, o no, por nosotros (sin la "a"!)

adrià

Comentarios de Tucho

Hola a todos. Muy bueno Pato lo que ponés en el blog sobre los cuentos. Sabés? estube viendo lo que pude sobre los autores (en Wikipedia, puaj!!!) y también me llamó la atención esta analogía que encontraste sobre la vida de ambos autores y los personajes que crean. Si a uno se le ocurre pensar en Salinger recién salido de la 2ª Guerra Mundial (en 1948 cuando escribe el pez Plátano) se acercaría un poco al desolado Seymour, recién venido de la Primera; mientras que Neddy Merryll se me figura como un hombre mucho mas beat, precisamente como me lo imaginaría a Cheveer por aquellos años ´60, pelilargo y siendo echado a la calle por todos los del círculo editorial de su época.

Es la primera vez que leo autores americanos después de mi experiencia con Bukowski y me gusta un poco esa acción que le dan a lo que escriben, situación que logran a través de detalles que malamente podemos tomar como inútiles o demás, como decir que la pareja de Seymour, durante su conversación telefónica, interrumpe a su madre para levantarse a encender un cigarrillo. Quiero decir, si estuviéramos viendo esa escena en una película: qué otro fin tendría dicha escena mas que la de dar realismo a la escena en sí?. Cualquiera podría justificar a Salinger si hubiera obviado este detalle, que para mí es genial.

Y para no tirar abajo a Cheveer (cuyo "Nadador" me gustó mas, reconozco) me quedo con el siguiente párrafo, cuando Neddy Merrill sale de la piscina de los Bunker: "La fiesta se mantenía confinada a los terrenos contiguos a la piscina, y cuando ya estaba acercándose a la casa oyó atenuarse el sonido brillante y acuoso de las voces, oyó el ruido de un receptor de radio que provenía de la cocina de los Bunker, donde alguien estaba escuchando la retransmisión de un partido de béisbol." Este párrafo me sirvió para darme cuenta de lo útil y eficaz que puede ser el sonido para crear un pasaje a otra escena. Casi sin darme cuenta el tipo me cambió toda una imagen en mi mente. Me pareció grandioso leerlo, no sé, solo eso.

UN saludo grande para todos y espero que el señor ONO me deje ir la próxima reunión.

martes, 23 de octubre de 2007

Neddy Merrill y Seymour Glass: la lucha de dos antihéroes


“El nadador” de John Cheever y “Un día perfecto para el pez plátano” de Jerome D. Salinger son dos relatos que nos presentan protagonistas en plena supervivencia en un mundo hostil. Se podría trazar una secreta línea de unión entre ambos relatos.

  • En primer lugar, es importante analizar la biografía de los autores. Ambos son norteamericanos. Salinger nace en 1919 y Cheever en 1912, el primero en el estado de New York, el segundo en Massachussets. Si bien sus historias de vida difieren, ambos dejan en sus textos, ya sea en los relatos como en las novelas, grandes trazos autobiográficos. El nadador se publicó en 1964, mientras que Un día perfecto en 1948. Cheever murió en 1982, mientras que Salinger vive en New Hampshire, aunque recluido del mundo y sin publicar nada desde hace más de cuarenta años.

  • En segundo lugar, veamos los factores que hacen de nuestros héroes dos anti-héroes: son personas no reconocidas por el mundo que los rodea. La sociedad que no está dispuesta a entender el motivo por el cual sufren, ya sea para compadecerse o ayudarlos en su desgracia. Hay que resaltar, sin embargo, que las cosas que delatan la inadaptación de Neddy Merrill y Seymour Glass al mundo son ontológicamente diferentes: en el primero es la caída en desgracia y la ruina, el adiós de la bonanza disfrutada alguna vez, en el otro son los efectos de la guerra en la que fue obligado a participar. Es decir que, si bien no en sus desdichas, nuestros antihéroes se asemejan en el rechazo social que padecen, básicamente porque la sociedad es la misma. Esta sociedad es una que cree que los éxitos y los fracasos de las personas son consecuencia de elecciones individuales, hechas en plena libertad. Y que, por lo tanto, son las mismas personas las que deben disfrutar/padecer los éxitos/fracasos a los que arriban.

  • Los narradores nos transmiten la idea de la tragedia subyacente en las vidas de ambos personajes. En el caso de El nadador, a través de los comentarios de los propietarios de las piscinas en las que se mete, en el de Un día perfecto, a través de la conversación telefónica entre la suegra y la flamante esposa de Seymour Glass al inicio del relato. Y, aunque el lector recolecta detalles aislados de sus biografías, como la guerra, el alcoholismo, la ruina económica, la locura, etc., no es la intención de los narradores que conozcamos la “versión completa” de los hechos, o los hechos mismos en detalle. Quieren transmitirnos, simplemente, con grandes pinceladas, su silenciosa tragedia. Pareciera que la tragedia y el sufrimiento de los protagonistas se vuelven todavía más fuertes cuanto más ocultos permanecen. El arma ideal es la sugerencia, nunca el detalle. Esta característica, inaugurada tal vez por su antecesor Ernest Hemingway, es otro de los puntos en común entre uno y otro relato.

  • Las dos historias se desarrollan a lo largo de una sola y única jornada, aunque el tiempo fluye de manera diferente en cada caso. En el caso de Un día perfecto, las elipsis son puntuales y se podría decir que el tiempo transcurre paralelo a los diálogos que se presentan. Se podría decir que no hay intenciones del narrador de “manipular” el tiempo. En el caso de El nadador, por el contrario, la narración se ve afectada por la visión del propio protagonista del paso del tiempo: del mediodía soleado, caluroso y veraniego del inicio a la noche cerrada, fría, tormentosa e invernal del final. El tiempo es utilizado aquí para expresar la caída en desgracia del antihéroe, y su toma de conciencia con la dura realidad que lo rodea.

  • Tanto Neddy Merril como Seymour Glass reciben el mundo y sus expresiones de una manera no unívoca, es decir que tienen dos registros de lecturas de lo que pasa. Ya sea inconsciente o concientemente, ambos personajes crean realidades paralelas, verdades en las cuales un bañador amarillo puede ser azul, o donde una persona en ruinas puede seguir siendo dueña de una mansión en Shaddy Hill. Más allá del componente voluntad o locura en la creación de esta realidad paralela, queda en claro que los protagonistas no saben tolerar el mundo que “ven sus ojos”, y de ahí el componente de inadaptación social de sus conductas, conducta que en el caso de Seymour, tal como vemos al final, es límite e irremediable.

  • Los dos protagonistas se encuentran fuera de sus casas: uno en Florida, de luna de miel, el otro en la casa de los Westerhazy y las otras dieciséis familias por las que realiza su procesión natatoria. El estar fuera de su casa, su espacio, su refugio, facilita su probabilidad de resultar heridos y, al mismo tiempo, debilita más su capacidad de defensa, que debería asentarse en capacidades de relacionamiento social que ambos carecen. Son aves extrañas invadiendo espacios sociales poblados por “otros”. En el caso de Neddy Merril este hecho se da de manera mucho más clara cuando, en el final del relato, llega a su casa, el refugio que ha estado buscando a lo largo del día. Sin embargo, su casa es un espacio abandonado e inhóspito, un no-lugar y, sobre todo, no-suyo, una metáfora de su propia insignificancia.

  • Ambos personajes buscan un refugio a lo largo de la historia, y ambos escogen el agua. En el caso de Seymour Glass, antes de entrar al mar se quita el albornoz, ese que tapa su tatuaje, y le muestra al mundo, un mundo que no deja de juzgarlo, su desnudez, su piel blanca y sus hombros estrechos. En ese espacio disfruta contándole la historia del pez plátano a Sybil, una historia inverosímil que sólo un niño podría creer. En el caso de Neddy Merrill, las piscinas se convierten en un espacio en donde la realidad entra en un paréntesis, un espacio al cual no llegan los comentarios hirientes –por su alta dosis de realismo– que van realizando los diferentes personajes. Cruzar las piscinas nadando es el desafío, la hazaña, que le permite a Neddy Merrill evadirse de la realidad angustiante que lo espera fuera de ellas.

Hasta aquí algunos apuntes. Espero que sean de utilidad y disparen la encendida polémica que estas historias merecen.

miércoles, 10 de octubre de 2007

Propuesta de ejercicio

Hola chicos, el otro día me hablaron de una novela de Georges Perec. Se titula "La desaparición". En ella, el autor se impone una limitación: escribir una novela entera sin que aparezca ni una sola vez la letra "e". Forma parte de una corriente de escritores llamada Oulipo (acrónimo de«Ouvroir de littérature potentielle», que se traduce como "Taller de literatura potencial).

Pensaba que quizás, en alguno de los siguientes ejercicios, podríamos aplicar alguna limitación. Por ejemplo, escribir 10 líneas sobre un personaje conocido sin la letra "a". Creo que ayudaría mucho a encontrar nuevas fórmulas, recursos, sinónimos; vaya, que enriquecería la redacción. Pero bueno, es una propuesta.

miércoles, 26 de septiembre de 2007

Ejercicio 1 (Adrià)

Desde aquí parecen hormigas

(1ª persona)

Desde aquí parecen hormigas. Alzan sus cabezas y me muestran sus caras expectantes, en vilo. El viento es fresco a estas alturas, y se agradece. Me fijo en mis piernas que cuelgan en el vacío, ¡qué zapatos tan feos! A mi mujer le gustaban, decía que me daban un aspecto más elegante. Me queda un último cigarrillo y decido fumármelo. Leo “Fumar puede matar” en el dorso del paquete, y me consuela pensar que tan solo puede matar, el beneficio de la duda. El cigarrillo se consume rápidamente y me divierto viendo caer la ceniza desde lo alto del edificio, es un cuerpo ligero, traza un itinerario singular, como una espiral, y antes de llegar al suelo se deshace, como si otro viento se lo llevara y le ahorrara el tener que mezclarse con la multitud de ahí abajo.

(3ª persona)

La gente de la oficina se mantenía detrás de las vallas de seguridad. La mayoría de ellos conocían a Juan de la quinta planta y, evidentemente, sabían todo eso de su mujer y el director general, de su despido y de la casa, una pena. Todos observaban la silueta que balanceaba sus piernas al filo de la azotea. El conserje comentó con acierto que el chico estaba fumando. Otro empleado también se fijo en un bombero que había subido a la azotea y que se acercaba a Juan con sigilo. Al final, nadie supo si Juan se tiró o si resbaló, asustado por el sigiloso bombero.